ÁGORA TEATRAL
  ESTHER SELIGSON
 

ESTHER SELIGSON
1941-2010



Texto:
Salvador Perches Galván




Quienes siempre me acompañaban en mis viajes son los personajes del teatro,
son los locos más reales que tienes enfrente.
 
 
Hoy me duele la vida como si fuera un tajo
de cuchillo en las muñecas.
Me abruman los hechos de violencia que cunden
el filo de mi propia recóndita agresión.
De sueños, presagios y otras voces
 



Esther Seligson nació en la ciudad de México el 25 de octubre de 1941 en el seno de una familia judío-mexicana, estudió Literatura Española y Francesa en la Universidad Nacional Autónoma de México, Historia del Arte en la Secretaría de Educación Pública (SEP) y cultura judía en el Centre Universitaire d’Études Juives (París) y en el Mahon Pardes de Jerusalén. En 1969 fue becaria del Centro Mexicano de Escritores. Impartió clases de historia del teatro y de pensamiento judío, coordinó talleres de arte escénico en distintos centros universitarios. Colaboró en numerosos medios escritos y tradujo la obra del filósofo Emile Michel Cioran.
Seligson transitó por la docencia así como por la historia de su pueblo, por lo que impartió cursos sobre el pensamiento judío en diversos lugares y cultivo muy diversos géneros literarios, la novela, el ensayo, la poesía y el cuento: Tras la ventana un árbol (1969), Otros son los sueños (1973, Premio Xavier Villaurrutia), La morada del tiempo (1981) y Sed de mar (1986). Cuentos: Luz de dos (Premio Magda Donato), Indicios y quimeras, Isomorfismos (1991). Poesía: Diálogos con el cuerpo (1981), Tránsito del cuerpo (1977), De sueños, presagios y otras voces (1978). Ensayo: Las figuraciones como método de escritura (1981), La fugacidad como método de escritura (1989), El teatro, festín efímero (1990) A campo traviesa y Para vivir del teatro.
De la obra de Seligson, Seymur Menton ha dicho: "en la obra se siente la influencia de Juan García Ponce lo mismo que de Marcel Proust, se distingue por su análisis psicológico de sentimientos y sensaciones inspirados en gran parte en el recuerdo de distintos tipos de relaciones amorosas.”
Según sus propias palabras, entre sus pasiones, se encontraban el estudio, la docencia, viajar, escribir y el teatro. Ella misma señaló que, quienes siempre la acompañaban en sus viajes eran los personajes del teatro —“son los locos más reales que tienes enfrente”—, más que de la narrativa. Viajera constante, visitó El Tíbet, París, Praga Toledo y el sur de la India, que fueron los lugares más relevantes en el itinerario de su vida.
La escritora vivió durante seis años fuera de México. Durante un tiempo radicó en Lisboa y posteriormente, fincó su residencia en Jerusalén. Los temas recurrentes en su producción son los sueños, el límite de la existencia, el tiempo, el lenguaje y la espiritualidad.
A ella nunca le preocupó que calificaran su obra de difícil. “La literatura —decía— y que me perdonen, no ésta escrita para los ignorantes, lo siento muchísimo, de ninguna manera; un inculto no puede leer nada. La literatura es de todos, menos de los ignorantes”.
A Esther Seligson le tocó vivir la época en que la prensa cultural de México se enriquecía de planas y suplementos culturales. Empezó a publicar a los 24 años de edad, en los Cuadernos del viento de Huberto Batis. Retrató la vida cultural a través de sus artículos, traducciones y ensayos en esa y otras revistas de la época, como la Revista mexicana de literatura, La Revista de Bellas Artes y suplementos como el del periódico El Heraldo de México, entonces dirigido por Luis Spota.
En 1990 dio a conocer el libro El teatro, festín efímero, donde recopiló diversas reflexiones y testimonios, tanto de la crítica, como entrevistas o reseñas sobre directores, actores, dramaturgos y otros personajes del teatro.
Impartió clases por más de 25 años en del Centro Universitario de Teatro (CUT), desde Historia del Teatro, hasta Historia de las Ideas. Fuemiembro del consejo de asesores del CUT y del consejo de redacción de la revista Escénica de la UNAM. Fue becaria del Centro Mexicano de Escritores e impartió clases de Historia del Teatro y del Pensamiento Judío.
Durante dos años estudió la Cábala en Jerusalén, con un grupo formado exclusivamente por mujeres. Luego de su estancia en Jerusalén, entre 2002 y 2005, Esther Seligson regresó a México. Retomó sus clases en el Centro Universitario de Teatro (CUT), institución a la que casi siempre estuvo ligada.
Tenía previsto presentar su libro más reciente, Cicatrices. en la inminente Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería.
 
En Septiembre de 2005, el gran escritor Vicente Leñero publicó, a propósito del libro A campo traviesa de Esther Seligson:
Sin estridencias, sin reflectores, sin el protagonismo fatuo que suele dar más brillo y más chisme a la persona que a su obra, Esther Seligson se ha bienpasado la vida pensando y escribiendo; escribiendo para pensar, tal vez, o escribiendo porque no puede menos que pensar, porque su emoción por la vida no se cumple sin traducirla en palabras y comunicarla en signos poéticos o en discursos gravados por la emoción de las preguntas. Ha escrito libros desde fines de los años setenta (prosas, relatos, novelas, poesía) y toneladas de artículos y ensayos donde su voz, de acentos personalísimos, carece de parentescos inmediatos.
No hace ruido Esther Seligson. No cascabelea sus títulos a pesar de los premios que le llegan o de las buenas ediciones que la amparan. Estudia, lee (lee muchísimo, creo), es maestra y consejera, intensamente religiosa como preocupación vital de ella misma en función de los otros, y por momentos —según lo filtra en sus textos— arrebatada por un misticismo que encubre cuando ríe o cuando sabe enojarse (o llorar, supongo) porque la realidad la impugna como nos impugna a cada quien. Se agradecen sus libros, siempre…
De filosofía habla Esther cuando analiza, glosa o conversa con el pesimista Cioran. De literatura habla cuando repasa con rigor y devoción admirable a Virginia Woolf, a Katherine Mansfield, a Marguerite Yourcenar, a Clarice Lispector... Se diría que ellas han moldeado a la propia Esther. De religión habla Esther —en el apartado Dislocaciones— cuando discurre sobre judaísmo.
Maestra en el Centro Universitario de Teatro de la UNAM, alguna vez asesora del consejo consultativo de Teatro del INBA y coordinadora del taller de Arte Escénico Popular de la SEP, Esther ha sido figura importante, imprescindible, en la tarea reflexiva del teatro mexicano de nuestro tiempo. Mucho se extraña su ausencia, porque sus conocimientos, su rigurosa mirada a los quehaceres escénicos, hizo a los teatreros de pasadas generaciones preguntarse y repreguntarse sobre ese fenómeno efímero que es la puesta en escena, y sobre esa corriente en desarrollo que es la tarea teatral. Lo han olvidado las políticas culturales del momento y ya no está en activo una voz crítica y autorizada para recordarlo: montar obras no significa necesariamente hacer teatro.
En A campo traviesa, en el sector Travesías dedicado al teatro —el más copioso de todos—, se pone de manifiesto lo que fue la mirada profunda de Esther sobre la actividad teatral de los años setenta, ochenta, noventa. Del conglomerado de directores, grupos, actores, dramaturgos que se disputaban entonces espacios y público, del complejo universo de corrientes y posturas, del quejoso criterio unánime de que el teatro siempre está en crisis, los testimonios de Esther Seligson extrajeron lo significativo y apelaron a pautas de severidad. Ella no escribía sobre teatro con la frecuencia deseable, pero cuando lo hacía, sus reflexiones, sus comentarios, sus entrevistas, dejaban de lado el chisme coyuntural para calar en las proposiciones que subyacían en un montaje, en la trayectoria de un creador, en el contenido de una política cultural. No repartía democráticamente su interés en todo lo que se maquinaba en los foros mexicanos. Se centraba en sus gustos personales —no siempre compartidos—, en los creadores que ella consideraba importantes sin detenerse a explicar por qué otros no. Iba a lo suyo, y sus criterios tan subjetivos como exigentes, observados hoy a la distancia gracias a este libro, parecen verdades inobjetables. Hoy sentimos que el trigo que ella separó de la cizaña es el genuino trigo teatral: expresión acabada de los grandes momentos vividos por nuestro teatro. Pocos intelectuales de la talla de Esther supieron apreciarlo en su momento. Para los hombres y mujeres de la alta cultura —el término es chocante pero da bien la idea— el teatro mexicano no existía en ese entonces como no existe ahora. No es digno al menos de ser tomado en cuenta, y lo borraron del mapa con pedantería asombrosa. Esther, en solitario, supo discrepar de esa postura. Además de aludir a lo innombrable de Samuel Beckett, más allá de Esperando a Godot; además de hacer un perfil a tinta china de Ionesco —"el teatro sólo puede ser teatro"; además de entrevistar a Grotowski que le responde "el arte empieza ahí donde puede uno revelarse a sí mismo"; además de ese contacto con lo teatral indiscutible, ella descendió a nuestra aldea provinciana y valoró a un puñado de creadores de teatro para demostrar no sólo su vigencia individual —que los ponía al nivel de cualquier gran novelista, de cualquier gran poeta, de cualquier gran pintor, de cualquier gran músico— sino la vigencia de una expresión artística sólidamente asentada en nuestra identidad cultural. Cuando aún no lo eran del todo, ella eligió a un puñado de incuestionables que el tiempo ha validado: Julio Castillo, Héctor Mendoza, Luis de Tavira, Ludwik Margules, Óscar Liera. Sobre ellos enfocó su atención mediante entrevistas —en realidad charlas de tú a tú—, mediante la valoración de sus montajes o el análisis de sus respectivas trayectorias, hasta las cartas personales como las que envió a Julio Castillo para comentarle su puesta en escena de En los bajos fondos, de Gorki, o a Luis de Tavira para compartirle sus reflexiones en torno a La séptima morada, sin duda la obra más personal, más ambiciosa y mejor lograda de todas las que ha montado Tavira hasta el presente.
Hoy, a la distancia, el teatro mexicano está en deuda con Esther Seligson. Seguramente por la calidad de sus enseñanzas —de eso pueden hablar los exalumnos—, pero sobre todo por la incisiva puntería con la que enfocó las realidades de nuestro teatro. Su aportación no se mide en número de artículos ni en cantidad de páginas, sino en la inteligencia, el sentido común y la justeza de sus criterios.
En esa carta a Julio Castillo a la que hago referencia, Esther escribe, en 1979:
Lo único de lamentar es que el trabajo de los integrantes de esta Compañía de Teatro de la Universidad Veracruzana venga a reducirse a sólo dos semanas de representaciones aquí en el D.F., y que la obra no se promueva más ampliamente para que llegue a un público mayor, menos restringido al mero ámbito universitario. Si la difusión del buen teatro —o por lo menos de un teatro diferente al comercial— no se lleva a cabo concienzudamente, ¿cómo "educar" al espectador, cómo sensibilizarlo hacia otras formas de expresión artística? Es ese elitismo el que mata la posibilidad de un teatro popular, ¿no te parece?

Hasta aquí la larga cita del maestro Leñero en torno, solo a esa sección de la publicación referida. Seligson, tuvo a su cargo la crítica teatral en la revista Proceso, entre 1976 y 1991.  Otro miembro de la familia Leñero, la dramaturga Estela, reseñó en 1991 en la misma revista: Para vivir del teatro, libro de Seligson: “un libro que contagia las ganas de vivir viendo teatro; se aprende a disfrutar lo que se ve, se obtienen herramientas de análisis, se enriquece el conocimiento del quehacer teatral en México ejemplificado en obras específicas y comprobamos que lo efímero del teatro se manifiesta, paradójicamente, en la evidencia de las palabras acorraladas en un libro que permanece”.
En el momento de convertirse en espectadora, Esther Seligson, gozó siempre de la fascinación por el teatro. Crítica, escritora y maestra, fue una profunda investigadora comprometida con el pensamiento, la reflexión, en una búsqueda incesante de las razones, causas y circunstancias que existen efímeramente en el escenario. Dedicó parte de su vida a dar testimonio del fenómeno teatral en México. Incansable espectadora recorriendo escenarios en cuyos gustos estéticos y postura social resaltó su interés por el teatro universitario, el teatro independiente, el teatro popular y el teatro infantil, pero sobre todo, por el teatro inteligente.
Publicado en 1990 El teatro, festín efímero (Reflexiones y testimonios), es un homenaje a directores, dramaturgos y actores. El librorecopila reflexiones y testimonios, a través de críticas, entrevistas o reseñas, sobre directores, actores y algunos dramaturgos,  publicadas en El Heraldo de México, La Jornada, Proceso, Escénica y Diorama de la cultura..
En El teatro, festín efímero En Para vivir el teatro reunió textos publicados en la revista Proceso. Desde el inicio del semanario: el 8 de noviembre de 1976, Seligson inauguró la columna de teatro y permaneció con ella hasta 1991 de manera intermitente por su naturaleza nómada. Sus colaboraciones cubren tres décadas en 148 artículos, contenidos en más de 450 páginas, en los que analiza obras de teatro; un epistolario remitido a gente de teatro; eventos donde se analizaba sobre problemas y caminos del teatro mexicano; y artículos donde aglutina lo más significativo de un año teatral.
En Para vivir el teatro se pueden conocer significativas obras de autores mexicanos como Elena Garro Felipe Ángeles, Vicente Leñero La visita del ángel, Víctor Hugo Rascón Contrabando, Sabina Berman Caracol y colibrí u Oscar Liera Los negros pájaros del adiós. O bien, memorables puesta en escena dirigidas por Julio Castillo, En los bajos fondos, Luis de Tavira La honesta persona de Sechuan, Juan José Gurrola Lástima que sea puta, Ludwik Margules El tío Vania, Abraham Oceransky Gucha’chi o Héctor Mendoza Cenizas; en menor medida,
A través de su analítica obra, la autora intentó responder a una cuestión surgida de su labor como maestra:   ¿Cómo hablarles a las nuevas generaciones de los actores que no conocieron, de los montajes de Julio Castillo o Alejandro Jodorowsky? El problema del teatro es en este sentido, un problema de continuidad.
Esther Seligson falleció el 7 de Febrero de 2010 en la ciudad de México, los restos de la escritora fueron sepultados el 11 de febrero en el Panteón Israelita.
El nombre de esta extraordinaria escritora investigadora y maestra está registrado con letras de oro en la historia de la literatura y el teatro.
 
Descanse en paz.


 
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