ÁGORA TEATRAL
  EL CONTINENTE NEGRO
 
EL CONTINENTE NEGRO
Centro Cultural Helenico, Febrero 2010



Texto y Fotografía:
Salvador Perches Galván

El ignoto mundo femenino.
 
Marco Antonio de la Parra es un humanista nato y un inquieto y polifacético artista: psiquiatra de profesión, narrador, profesor de escritura dramática, ensayista y crítico de televisión, nació en Santiago de Chile, el 23 de febrero de 1952. Ha trabajado como actor y durante algunos años fue agregado cultural de la embajada chilena en Madrid, y en 1998 fue designado miembro de número de la Academia de Bellas Artes. También ha dirigido la carrera de Literatura en la Universidad Finis Terrae, en Santiago de Chile. Es titular del programa de radio Puro cuento, desde donde promueve la identidad nacional a través de relatos escritos por chilenos aficionados a la escritura.
Ha escrito más de treinta textos dramáticos, además de ensayos y novelas, traducidas a varios idiomas. Gran parte de sus obras están fuertemente influenciadas por el Régimen Militar donde satiriza, mediante metáforas la realidad nacional chilena. Entre sus obras destaca el ensayo Cartas a un joven dramaturgo, donde recoge sus reflexiones sobre la creatividad de 1994 a 2007.
Adolfo Albornoz Farías ha realizado una muy profunda investigación en torno a la obra del autor chileno en su muy completo ensayo Marco Antonio de la Parra, tres décadas de teatro, 1975-2006 (Un comentario general a propósito de Chile y su clase media en los tránsitos dictadura/posdictadura, modernidad/posmodernidad), del cual hemos extraído algunos fragmentos:
De la Parra cumplió en el 2006, más de tres décadas como dramaturgo, período durante el cual ha llegado a ser uno de los más importantes autores en la historia del teatro chileno.
Desde la perspectiva temática, la producción teatral de Marco Antonio de la Parra se organiza en torno a tres aristas sustanciales.
La primera guarda relación con la permanente revisión de la historia y la identidad chilena, especialmente en su contexto republicano y moderno. El imaginario nacional, sus relatos y mitos, referentes e íconos, y su memoria, han sido examinados en sus obras Lo crudo, lo cocido, lo podrido (1978), pasando por La pequeña historia de Chile (1994) y llegando hasta Las costureras (2000), entre otras.
El segundo tema de investigación se relaciona con el incesante asedio a la subjetividad de la clase media chilena de finales del siglo XX e inicio del XXI. Las principales tensiones de esta clase, sus amores y odios, lealtades y traiciones, sus determinantes políticas y económicas, han sido particularmente abordadas, por ejemplo, en Infieles (1988), El continente negro (1994), Monogamia (2000) y Sushi (2003).
La tercera línea temática ha sido la permanente apropiación y re-semantización, desde el Chile finisecular, de muchos de los principales íconos culturales occidentales. Marx y Freud, Tarzán y Mandrake, Neruda y Dostoievski, Shakespeare y Cervantes, Pinochet y Bush, la tragedia griega y los reality show, la high tech y el sushi, la guerra y los mass media, etc., han sido recogidos y reelaborados desde Matatangos, disparen sobre El zorzal (1975), pasando por La secreta obscenidad de cada día (1984), por cierto, la obra hispanoamericana mas representada en el mundo; King Kong Palace o el exilio de Tarzán (1990) y Madrid/Sarajevo (1999), hasta Wittgenstein, el último filósofo (2004), entre otras piezas.
Las tres líneas de investigación han compartido, como vaso comunicante, una permanente referencia y eventual reflexión a propósito del poder, sus mecanismos y relaciones, como categoría y realidad fundamental para la interacción y la convivencia humana.
Primer período, dictadura y crisis de la modernidad, 1975-1988
El primer período de producción dramatúrgica de Marco Antonio de la Parra, desde el estreno, en 1978, de Matatangos, disparen sobre El zorzal, y Lo crudo, lo cocido, lo podrido, hasta el estreno, en 1988, de Infieles, se caracteriza por tres aspectos fundamentales: el complejo marco político y cultural que determina la llegada del dramaturgo a la escena teatral chilena, su dinámica y versátil instalación al interior del campo teatral nacional de esos años, y la clara y fundacional definición que en ese contexto hace de sus principales intereses poéticos y discursivos.
A propósito del marco político y cultural de la época, biográficamente, Marco Antonio de la Parra, forma parte de aquella generación de chilenos que, tras el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, tuvo que enfrentar y resolver el tránsito hacia su adultez como correlato a la instalación y desarrollo del autoritarismo político y del liberalismo económico en el país. Laboralmente, el dramaturgo pertenece a aquella subgeneración de compatriotas que debió elaborar su crecimiento, desarrollo y prosperidad en un contexto eventualmente reñido con sus convicciones personales, pero a la vez atractivo en cuanto a posibilidades y realizaciones materiales. Artísticamente, el autor integra aquella primera generación de creadores que, tras algunos años de relativo apagón cultural durante el inicio de la dictadura, logró articular un heterogéneo coro de voces críticas -disidentes, resistentes, contestatarias o refractarias- al gobierno militar.
Segundo período, transición, perplejidad e incertidumbre, 1989-1994
El final de la dictadura militar y el inicio de la transición y reconstrucción democrática, conducida a partir del 11 de marzo de 1990 por los gobiernos de la Concertación, influyen fuerte aunque heterogéneamente en muchos de los creadores chilenos más significativos de los años setenta y ochenta, por ejemplo, llevando a algunos de los dramaturgos de mayor actividad durante dicho período al autismo o mutismo hacia el inicio de la nueva década.
La dramaturgia del primer período de Marco Antonio de la Parra proponía un teatro económico en términos de recursos materiales, donde el escenario no mutaba y sobre el que se desarrollaba una narración relativamente lineal, aunque apelando a escenas cortas y rápidas, y en el que se apostaba por el trabajo interpretativo del actor, y su propia dramaturgia, como articulador de una experiencia teatral que buscaba formas de empatía directas y eficaces para con el espectador; las obras del segundo período, en cambio, reivindicaron la importancia del espacio escénico y del diseño, multiplicando las locaciones, fragmentando y complejizando las estructuras narrativas, apelando al cuerpo y la imagen como constructores de sentido, y apostando por el trabajo creativo del director como constructor de la experiencia escénica a partir de una dramaturgia que ofrecía resistencia y desafiaba a la escena, a la vez que exigía la cooperación interpretativa del espectador -proceso del que el autor estaba plenamente consciente.
Por último, en dicho contexto este teatro fue renunciando a buena parte del humor y/o la ironía que caracterizaron las primeras obras del dramaturgo, emergiendo una escritura/palabra teatral más oscura y dura, que reemplazaba el lenguaje coloquial y desinhibido por uno de crudo lirismo, donde la frase corta dominaba y desafiaba, en su síntesis, al cuerpo del actor y a la materialidad de la escena a exceder y completar las posibilidades de esta palabra contraída. Luego, la pluralidad de nuevos recursos expresivos admitidos y exigidos superaba ampliamente al logos verbal y al ludus actoral sobre los que básicamente se sostuvo la teatralidad del primer período.
Reflexionaría el autor en ese momento:
Nada es más claro que se ha cumplido un ciclo y que entra en otro. El teatro de imagen, señero, potente, invasivo. La consolidación del director como pieza maestra de la nueva manera de entender la puesta en escena como creación en sí y no como mera interpretación, ha obligado al autor a ponerse a sí mismo en jaque y replantearse qué significa escribir…  
Tercer período, posdictadura y posmodernidad, 1994-2006…
El tercer período de producción teatral de Marco Antonio de la Parra, desde la escritura, en 1994, de El continente negro, Ofelia o la madre muerta y La pequeña historia de Chile, hasta las cinco nuevas obras de autoría individual estrenadas por el dramaturgo durante el primer semestre de la temporada 2006 -El teatro, la escena secreta; La cruzada de los niños; Wittgenstein, el último filósofo; Decapitation y El Licenciado Vidriera o el loco de Cervantes, se caracteriza por tres aspectos fundamentales: el marco político y cultural  dentro del cual el teatro del autor se reinstala en la vida pública chilena, la reelaboración de su lugar y quehacer al interior del campo teatral nacional, y la recuperación y profundización que en ese contexto hace de sus principales proyectos poéticos y discursivos.
En su dramaturgia, Marco Antonio de la Parra, a partir del año 1994, recupera, reordena y profundiza, los tres proyectos de investigación intuitivamente perfilados durante su primer período de producción teatral (dictadura) y programáticamente puestos en jaque durante su segunda etapa de quehacer escénico (transición). Así, al reeditar en La pequeña historia de Chile (1994) su revisión de la historia e identidad nacional, proyecto iniciado en 1978 con Lo crudo, lo cocido, lo podrido y que continua, en Las costureras (2000), el autor particulariza su gesto al mantener en el centro de su mirada a seres humanos y roles sociales tan fundamentales para el andamiaje del país como secundarizados y subordinados por éste, como garzones, profesores y costureras, cuyo quehacer y anónima contribución a los proyectos de construcción y desarrollo nacional invariablemente ha guardado y sigue guardando relación con el beneficio, lucimiento o disfrute de otros. Por otra parte, al retomar el asedio a la subjetividad de la clase media chilena finisecular en El continente negro (1994), iniciado en 1988 con Infieles y continuado, por ejemplo, en La familia (1999) y Monogamia (2000), el dramaturgo amplía su indagación al incluir en ésta a la más nueva generación de jóvenes-adultos chilenos, explorando puntos de encuentro y líneas de fuga, tensiones y acoplamientos, entre aquellos que, construyendo sus vidas durante la dictadura, por acción u omisión, dieron al país su fisonomía actual, y los hijos de éstos, quienes deben enfrentar y resolver el tránsito hacia su adultez como correlato a la posdictadura y a la consolidación del modelo de país configurado por sus padres y heredado de ellos. Por último, al insistir en Ofelia o la madre muerta (1994) en su apropiación y resemantización de grandes íconos culturales occidentales, gesto inaugurado en 1975 con Matatangos, disparen sobre El zorzal y profundizado en este tercer período en La puta madre o la tierra insomne o La Orestiada de Chile (1997), Madrid/Sarajevo (1999) y Wittgenstein, el último filósofo (2004), entre muchas otras piezas, el autor finalmente comienza a sintetizar equilibradamente al consumidor cultural nacional globalizado y al productor cultural posmoderno que lo habitan, manejando diversos repertorios y códigos -nacionales y extranjeros, cultos y masivos, identitarios y sexuales, etc.- y nutriéndose de múltiples soportes y registros -lingüísticos y literarios, visuales y audiovisuales, teóricos y tecnológicos, etc.-, entre otros recursos, con lo cual, primero, propone una mirada permanentemente renovada sobre el país en diálogo con el orden mundial, a la vez que revisa el patrimonio cultural internacional desde la particularidad nacional y, segundo, se posiciona, desde Chile y Latinoamérica, como activo promotor de la investigación en torno a las posibilidades de la dramaturgia y el arte escénico en el circuito internacional y de cara al siglo XXI.
Con una producción dramatúrgica y teatral extensa y compleja, que siempre ha apelado al teatro como entretención y reflexión, y que se ha multiplicado casi con la misma intensidad con la que se ha renovado y ha tratado de empujar los límites del arte teatral, Marco Antonio de la Parra se ha movido durante treinta años entre el éxito de público, los elogios de la crítica, el reconocimiento de los pares y la valoración de los estudiosos, dentro y fuera de Chile, en buena medida como atento observador de los tiempos y espacios por los que ha transitado y sensible a los espíritus de época que lo han acompañado, para así proponer una mirada teatral que participa de su momento histórico a través de diversas y complejas formas y niveles, aunque no para ofrecer un modelo acucioso de reproducción ni de interpretación de la realidad sino para apelar a reservas de experiencia, conocimiento, memoria e inconsciente, entre otras, compartidas por el autor, los personajes y sus lectores, los actores, directores y diseñadores y sus espectadores, y que son las que finalmente han validado y potenciado esta dramaturgia.
Es aquí donde abandonamos el estudio de Albornoz Farías, que nos ha conducido a la obra que nos ocupa. El continente negro.
El continente negro, es un término acuñado por Henry Morton Stanley (legendario explorador inglés) a propósito de África y que Sigmund Frud toma prestado para denominar al ignoto mundo femenino y es utilizado por el dramaturgo, y es aquí donde mejor cabe recordar que De la Parra es también psiquiatra y psicoanalista, reconoce que hombres para mujeres y mujeres para hombres seremos por siempre un continente negro, en el que es fácil perderse y enfermar.
La directora, Zaide Silvia Gutiérrez, ofrece una hermosa puesta en escena, creativa, en donde se entrelazan varias historias y los histriones interpretan varios roles, la directora se apoya en la extraordinaria escenografía creada por Xóchitl González Quintanilla, también autora de la no menos eficiente iluminación y del vestuario, creación de Pilar Boliver, y en la que destacan las actrices, Ana Karina Guevara y Mariana Gaja, dejando muy por debajo a los varones, particularmente a Irineo Álvarez, en una puesta en escena que, da la impresión, es muy superior al texto que le da origen.
 
 
El continente negro, el lado oscuro del amor,  de Marco Antonio de la Parra.
Dirección: Zaide Silvia Gutiérrez-.
Actuación: Ana Karina Guevara, Mariana Gajá y Marianela Cataño alternan funciones, Ángel Cerlo e Irineo Álvarez.
Lunes 20:30 horas.
Teatro del Centro cultural Helénico
Avenida Revolución 1500, Col. Guadalupe Inn
 











 
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